Libros en Frases: El Vendedor de Silencio / Enrique Serna

 

El ejército es el pueblo en armas y nadie puede negar sus raíces populares.

Ningún periodista llegaba a ser líder de opinión sin cacarear sus buenos sentimientos.

El poder de un periodista dependía en gran medida del tamaño y calidad de su archivo.

Si dejas vacíos de poder, cualquier hijo de la chingada los puede llenar.

El honor, como la virginidad, se perdían una sola vez en forma irreparable. (...) Los héroes de novela rosa jamás habían existido, salvo en la imaginación de los cursis. Al diablo con las princesas que hacían berrinche cuando el príncipe no mataba al dragón.

Cuando lo estaba escribiendo me di cuenta de que una crónica escueta no iba a despertar interés. Tenía que inventarme como personaje y convertir al lector en confidente.

Un trato paternal con los subalternos era mejor estrategia para forjar lealtades inquebrantables.

Los muy imbéciles deberían agradecer que un periodista bien informado les avisara si tenían o no los hados a su favor, para no perder tiempo y dinero en aventuras condenadas al fracaso.

La falsificación de ideales era el deporte favorito de los mediocres que renunciaban a la locura en busca de seguridad y equilibrio.

La táctica del desdén, la guerra de nervios posterior a la seducción, daba resultados excelentes en la dona de yeguas.

El éxito profesional no eximía del fracaso a un hombre con los deseos frustrados.

Un gobernador que no gozaba del favor presidencial era un cartucho quemado.

Yo no lastimo la reputación de nadie sin darle la oportunidad de negociar.

Escarnecer al hombre superior era el pasatiempo favorito de los mediocres.

Como bien decía Maquiavelo, la fortuna era una mujer que obedecía a quien la sojuzgaba.

La audacia de los pendejos no tiene límites.

En los años cuarenta la Revolución Mexicana se bajó del caballo y se subió al Cadillac.

Hasta el columnista más incisivo debía respetar una regla de oro: nunca perjudicar a los inocentes.

Nada podía herir más a un creador que la caída en desgracia de sus engendros.

Gracias a Dios existe la iglesia, que doméstica a los pobres y les inculca la resignación. Si no fuera por la fe volveríamos a la ley de la selva.

No había mejor antídoto contra el vino que beberse la sonrisa de la mujer amada.

No pedía mucho, carajo, solo que lo dejaran prostituirse a su modo.

Nadie puede creer en la noble sonrisa de una cabeza degollada.

Un secreto de familia es un tumor en gestación, más o menos maligno según la edad del enfermo que se lo guarda.

La aventura de conocer mundos nuevos tiene efectos curativos en las almas tiernas.

Arrastrar de por vida un enigma es más fácil que digerir una verdad tóxica.

Una culebra siempre te morderá el cuello por más amor y comprensión que le des.

Sería ingenuo confiar en la honestidad de la mujer amada, entre tantos gavilanes dispuestos a llevárselas de trofeo. Los robos de esposas fueron hasta hace poco el deporte favorito de la élite revolucionaria.

En el reino de la fe, hasta los pecadores más inveterados y ruines podían renacer con una rosa blanca en las manos.

Un periodista sin tribuna era un lastimoso gritón afónico.

La fama periodística era tan efímera como las propias noticias.

Por caminos divergentes, la historia y la novela histórica se complementan en la tarea de mostrar los diferentes ángulos de una verdad poliédrica.

El novelista no aporta pruebas de las verdades que intuye (solo percibe su reflejo en otra conciencia), pero la ficción le da mejores armas para entretejer el destino individual con el colectivo. 

 


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