La eutanasia y el suicidio
asistido siempre han resultado temas controversiales, debido al cuestionamiento
de quién o quiénes pueden determinar si una persona podría o no, concluir con
su vida de una manera asistida y sin dolor. Pocos son los países en donde una u
otra están legalizadas y en cada uno de ellos existen diferentes normas para
llevarse a cabo, pero la principal condición es que el paciente padezca de un
sufrimiento intolerable y que su decisión sea voluntaria.
Pero ¿qué sucede cuando alguien ya no tiene la voluntad de seguir viviendo por
razones que no son médicas? Existe una diferencia entre la eutanasia, el
suicidio asistido y el suicidio que todos conocemos; entre las primeras dos es
quién aplica el fármaco y la última, trae consecuencias jurídicas y excepciones
en los seguros de vida.
En ese contexto, imaginemos que
somos un músico muy importante, creando la última sinfonía que será tocada como
un homenaje de nuestra carrera artística, pero hemos comenzado a tener síntomas
de Alzheimer. ¿Cómo componer si todo lo olvido o cómo recordar mis grandes
obras? Ahora bien, imaginemos que somos un periodista reconocido e importante,
pero por una mala jugada política perdimos nuestra credibilidad. ¿Esta sería
una buena razón para dejar de vivir?
Esta es la historia de
“Ámsterdam”, del escritor británico Ian McEwan, quien narra la historia de dos
amigos: el editor de un periódico Vernon Halliday y el compositor Clive Linley.
Ambos se encuentran en el funeral de una antigua amistad erótica llamada Molly
Lane, quien falleció por una enfermedad cerebral y de ella no quedó rastro
alguno de belleza, inteligencia y talento. Tras el suceso, ambos acuerdan que
de verse en la misma situación algún día, uno apoyaría al otro en la práctica
de la eutanasia.
Por otra parte, existe George
Lane, viudo de Molly, quien circula unas fotografías que ella tomó a un
ministro conservador en su faceta travesti, lo cual contradice todo su discurso
y su publicación podría sepultar su carrera política. Así que esta historia es
una crítica a la moralidad y el oportunismo, dejando en claro que lo que
aparece en medios es porque alguien así lo desea y que un buen político siempre
sabe sacar provecho de la adversidad, obra que podría definirse con la frase:
“El rey ha muerto, viva el rey”.
Es así como esta novela nos hace
reflexionar sobre nuestras metas de vida. Un periodista no es nada sin su
credibilidad y un artista no es nada sin su memoria poética. Si en cada caso se
pierde lo mencionado, ¿valdrá la pena seguir viviendo? Lo cuestiono porque la
vida es un proyecto y si llega el momento de estancarse por un tema de salud,
honorabilidad o creatividad, solo seriamos uno más esperando el final.
De este modo, más allá de los personajes egocéntricos mencionados, en la realidad existen personas con mucho sufrimiento que desean sea legal el procedimiento que tratamos; valdría la pena ponerlo sobre la mesa de las autoridades, ya que en México la eutanasia está prohibida, pero en algunas entidades del país existe la ley de Voluntad Anticipada, que permite a enfermos terminales decidir si continuar o no, con tratamientos que prolonguen su vida.
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