Milan Kundera falleció a sus 94
años el pasado martes 11 de julio del año en curso, dejando al mundo de la
literatura grandes obras, pero quizás la más emblemática es la novela
filosófica “La insoportable levedad del ser”, con la que nos deja un testimonio
de lo que fue vivir la invasión soviética en su extinta Checoslovaquia.
El contexto histórico de la obra
data de finales de los años sesenta, con la llamada Primavera de Praga y la
oposición del bloque comunista con la invasión soviética, que influye de manera
directa en la vida de los personajes principales que son Tomas y Sabina, además
del delirio de persecución de Teresa.
Tomas era un doctor reconocido,
que, igual que el autor tuvo que dedicarse a otra cosa debido al comunismo, ese
que los dictadores usan para decir en sus discursos que a los pobres todo, pero
entre líneas se lee: a los aspiracionistas nada. Una buena descripción es que
era un casanova y disfrutaba de su levedad, hasta que conoce a Teresa y al
conmoverse de un resfriado que padecía, pasa más de una noche en su cama.
Por otra parte, tenemos a Sabina,
pintora que viaja por el mundo sin cadenas sobre los pies y que es la eterna
amistad erótica de Tomas, pero ella a diferencia de él, se niega a cualquier
tipo de compromiso o carga emocional; por ello, cuando sostiene una relación
con Franz y todo va viento en popa, se niega a formalizar y permitir que él
dejé todo por ella, piensa que cualquier tipo de relación es una limitante y la
creatividad no debe poseer cepos.
Para explicar mejor a lo que
refiere la libertad del ser, podemos basarnos en el libro “La llama doble” de
Octavio Paz, esta llama que es amor y erotismo, que no es lo mismo. La levedad
es la libertad erótica que Tomas vive con todas sus amantes, en donde repetir
no es parte de la felicidad y en donde el autor, igual que nuestro premio nobel
mexicano, nos deja en claro que “amarrar el amor al sexo ha sido una de las
ocurrencias más extravagantes del Creador”.
¿Pero por qué algo que suena tan
maravilloso puede resultar insoportable? La respuesta es sencilla: la llama del
erotismo se apaga y se enciende con diversas personas, en un viaje monótono de
la misma existencia. Caso contrario a la llama del amor, que como menciona el
autor “empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en
nuestra memoria poética” y ese fuego no se extingue, transmuta. Es así como la
levedad y la pesadez, realmente están separadas por una línea muy delgada, en
donde sus llamas convergen en el eterno retorno y en donde la felicidad está
ligada al amor.
Concluyo con una cita del libro:
“El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien (este deseo se
produce en relación con cantidad innumerable de mujeres), sino en el deseo de
dormir junto a alguien (este deseo se produce en relación con una única
mujer)”.
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