El papa
Francisco empieza a cambiar la imagen de una iglesia católica distante y hasta
opuesta al mundo de las ideas. Parece que empieza a modificarse aquella rigidez
de las creencias propias frente al librepensamiento y las opiniones progresistas.
Con prisa, porque hay temas que no pueden esperar, Jorge Mario Bergoglio,
sorprendió a todos con su documento sobre la ecología: “Nuestra casa”. En junio
del año pasado, el líder religioso emitió una Encíclica que significó un paso
delante de todos los líderes políticos del mundo que se reunirían en la “Cumbre
del planeta”, en diciembre de 2015. En el apunte de entonces, se
comentó que el texto “Laudato
Si” representaba una síntesis coincidente con lo expuesto por
ambientalistas, científicos, catedráticos. Es más, si al capítulo “Lo que está
pasando en nuestra casa” se le eliminan dos o tres referencias a la divinidad, queda
como undiagnóstico inmejorable para cualquier discusión de posgrado
universitario.
En su reciente
visita a México, Francisco volvió a dejar constancia de su diálogo, interacción
o por lo menos conocimiento de la mayor herencia intelectual de los mexicanos:
las letras de Octavio Paz. En el encuentro con obispos, en la Catedral de la
Ciudad de México, el
papa anotó: “Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en
Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la
tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y
desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar”.
Sin necesidad
de consignar su nombre, el papa Francisco acudió a la gran reflexión sobre la
mexicanidad que hace Paz en “El laberinto de la soledad”. Por algo, el texto a
sesenta y seis años de su publicación, es aún fundamental para indagar sobre
las herencias ancestrales que conforman los modos de ser. Hasta hoy, es
insuperable la descripción de la fiesta en México contenida en sus páginas.
Bergoglio
retomó la alusión hecha por Octavio Paz a los opuestos femeninos en que se
mueve el mexicano. Por una parte, Malitzin o “la madre violada”y por la otra: Guadalupe,
la “madre virgen”.Paz detalla: “No es un secreto para nadie que el catolicismo
mexicano se concentra en el culto a la Virgen de Guadalupe. En primer término:
se trata de una Virgen india; en seguida: el lugar de su aparición en una
colina que fue antes santuario dedicado a Tonantzin, diosa de la fertilidad de
los aztecas. (…) La Virgen católica es también una Madre (Guadalupe-Tonantzin
la llaman aún algunos peregrinos indios) pero su atributo principal no es velar
por la fertilidad de la tierra sino ser el refugio de los desamparados. La
situación ha cambiado: no se trata ya de asegurar las cosechas sino de
encontrar un regazo. La Virgen es el consuelo de los pobres, el escudo de los
débiles, el amparo de los oprimidos. En suma, es la Madre de los huérfanos.
Todos los hombres nacimos desheredados y nuestra condición verdadera es la
orfandad, pero esto es particularmente cierto para los indios y los pobres de
México. El culto a la Virgen no sólo refleja la condición general de los
hombres sino una situación histórica concreta, tanto en lo espiritual como en
lo material”.
Francisco hace
una cita inteligente. No se conflictúa con la alusión a Tonantzin. Como
acostumbra, guarda los equilibrios. Esta alusión del papa debiera generar
incomodidad en quienes, todavía, han relegado este libro clásico de Paz de sus
lecturas generales. Un visitante abrevó en ese monumental libro, con mayor
razón los mexicanos.
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