Valente Molina
Fue
en secundaria cuando leí por primera vez a César Pineda del Valle.
"Bartolito" llegó a mis manos como una tarea de fin de semana, texto
que disfruté, conocí y quedó grabado en mi memoria con los vivos escenarios que
describía de la costa de Chiapas. Siempre un narrador omnisciente que conocía
toda la historia y a los personajes.
A
partir de ahí, la literatura costumbrista y referente a mi estado llenaba
completamente mis expectativas de lectura. Leí a Emilio Rabasa, Flavio Paniagua
y con avidez conocí las posturas de aquellos que describían los aspectos
históricos de Chiapas: Manuel Larráinzar, José Antonio Rivera Gordillo, Manuel
B. Trens y desde luego "Cuentos y leyendas de la costa de Chiapas",
de Pineda del Valle.
A
partir de esta lectura, empecé a amalgamar en mi mente la idea de escribir algo
referente a la Costa de Chiapas, aunado al profundo amor que le tengo a esta
tierra por el origen costeño de mis padres.
Cuando
en 1998 el tema del ferrocarril de la costa estaba en mi mente y en mi
escritorio, inicié el caminar de información en diferentes fondos documentales.
Pocos escritores habían abordado este tema, uno era Fernando Castañón Gamboa en
su conocido "Panorama Histórico de las Comunicaciones" que le valió
el primer Premio Chiapas en 1951 y también César Pineda del Valle, a quien yo
no conocía. Justamente ese año, Pineda recibía el Pergamino Juan Rulfo.
En
1999, laboraba en la Dirección de Comunicación Social de la Unach. Ahí se
editaba un periódico universitario llamado "Universo". Un día, don
César llegó buscando al director, mi jefe, Agustín López Cuevas, quien no se
encontraba. Le dije que regresaría más tarde, entonces me pidió que le
entregara un sobre en el que venía su colaboración para la edición del
periódico. Al despedirse le pregunté su nombre y me dijo: "Dile que lo
vino a buscar César Pineda".
Automáticamente
su nombre me hizo recordar "Bartolito" y los "Cuentos y leyendas
de la costa de Chiapas". El sobre que había dejado contenía su
investigación sobre la inmigración china en el Soconusco que un mes después,
fue publicada justamente en ese periódico universitario.
Para
el año 2000 yo continuaba investigando y redactando los primeros capítulos de
la investigación historiográfica sobre el tren de la costa. En 2001 César
Pineda llegó una entrevista a Canal 10 a un programa cultural que trasmitían
una hora antes del noticiario que yo conducía. Él, muy puntual en la sala de
espera cual caballero inglés. Ahí lo abordé, era un hombre muy amable, cortés.
De entrada le dije de aquella efímera ocasión en que lo saludé en la Unach un
año antes, él tratando de hacer memoria, fue muy diplomático al decirme que le
parecía que sí me recordaba, aunque yo sabía que no.
Ahí,
le dije que había conocía sus libros y que me significaban lecturas muy
interesantes, él me escuchaba ecuánime y sólo sonreía. Pero al decirle que
estaba investigando y escribiendo sobre el ferrocarril de la Costa, denoté que
su atención y su mirada tomaron un brillo especial. Automáticamente me preguntó
qué género escribía y sobre qué periodo histórico, si hablaba de Pijijiapan y
si sabía de varios pasajes referentes al tren. Me sacó a colación historias
amalgamadas en su pueblo natal y me dijo "un día de estos te compartiré
información valiosa que tengo en casa".
Él
entró a la entrevista y ya no pude despedirme. A la siguiente semana le llamé a
su domicilio, con gusto me recibió la llamada y me dijo que estaba en búsqueda
de la información que me había dicho, que no se había olvidado.
Fui
paciente y en quince días, con un gesto de mucha amabilidad, llegó a las
instalaciones de la televisora a dejarme un sobre con información de inicios de
siglo XX sobre el ferrocarril, obtenidos seguramente del trabajo de archivo que
todo escritor, historiador y cronista debe realizar. Ese buen gesto de
contribuir y compartir lo que a todo investigador cuesta horas de archivo entre
documentos y manuscritos, no lo había visto antes, pues otros, cuidan tanto la
exclusividad de la información.
Estreché
la mano de don César Pineda en tres ocasiones más en eventos públicos, ya me
identificaba, me preguntaba siempre con avidez cómo iba con esa narrativa del
ferrocarril de la costa, siempre alegre, cortés y caballero. Yo no podía
concluir el libro, me faltaba poco.
En
agosto de 2004, se nos adelantó en el camino de la vida. Ya no pudo ver este
libro sobre uno de los elementos más tradicionales de la costa el que conoció
desde niño y que traía a colación en sus obras: el tren.
En
septiembre de 2006, salió a luz este libro y me prometí que lo presentaría en
su tierra. En noviembre de ese año, Marco Orozco Zuarth, Sofía Mireles Gavito y
un servidor, acompañados de Arturo Sibaja Carbot, cronista de Pijijiapan, lo
presentamos una tarde ahí, entre ferrocarrileros, familias costeñas,
estudiantes, entre la gente que a César le hubiera gustado ver en la
presentación.
Hoy,
reconozco que sus escritos me emocionaron de adolescente y me motivaron a
escribir. César Pineda, sigue presente en la Costa de Chiapas, exaltó, quiso y
escribió sobre esta tierra, su tierra, la que nos hizo a muchos, conocer y
querer aún más. Porque, parafraseando a Roberto López Moreno, "El hombre
que ama a su tierra, la crece con su amor, la enarbola, la ilumina, le da su
clara ubicación en el espacio", tal como lo hizo César Pineda con
Pijijiapan en donde yacen sus raíces, su sol, su agua, su viento, y el silbido
de su querido su tren.
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