Comprendí entonces que un hombre
que no hubiese vivido más que un solo día podría, sin dificultad, vivir cien
años en una prisión. Tendría suficientes recuerdos para no aburrirse.
No, no había solución y nadie
puede imaginar lo que las tardes son en las prisiones.
Incluso en un banquillo de
acusado es interesante oír hablar de uno mismo.
Yo escuchaba y oía que se me
juzgaba inteligente. Pero no comprendía bien cómo las cualidades de un hombre
ordinario podían convertirse en acusaciones aplastantes contra un
culpable.
Nos hacemos siempre una idea
exagerada de lo que no conocemos.
Mamá decía con frecuencia que uno
no es nunca completamente infeliz.
Allá, también allá, en torno a
aquel asilo donde las vidas se extinguían, la noche era como una tregua
melancólica.
Recolección: Francisco Félix Durán
@fcofelixd
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